Imagina el siguiente escenario: tienes poco tiempo para llegar a la comida de cumpleaños de tu pareja y aún no has comprado el regalo. Decides bajarte en una tienda departamental y en una vitrina ves un objeto que te convence. Quieres preguntar por el precio a la única dependienta que está cerca, pero ella enconchada con el celular en la oreja te ignora por completo. El tiempo corre, intentas llamar su atención una y otra vez y nada…
Sientes que te empiezas a desarmonizar y que dentro de ti algo comienza a hervir y busca salida mediante un grito o un reclamo. El piloto automático quiere tomar el mando. Al mismo tiempo, en ese momento escuchas una voz interna y lejana que te susurra: “Cálmate, si le hablas de buen modo, te va a atender mejor”. Así que respiras hondo, te llenas de paciencia y decides cambiar tu actitud.
Esa voz es la de el observador en acción. Todos lo tenemos, pero generalmente no lo escuchamos o no le hacemos caso. Nuestra atención en el afuera, nos hace ignorar el adentro. Y a la larga esta situación nos cobra la factura en términos de salud y relaciones personales.
Qué cierto es aquello de que el universo no responde a lo que quieres, responde a lo que eres; y el punto ciego es ese piloto automático que entra de manera inconsciente. Cada vez que te enojas, entras en la misma frecuencia que genera las guerras. Sí, el infierno es nuestra propia ira, es un fuego que nos hace arder.
Observador y observado
Es curioso, pero el observador y el observado son uno mismo, no se pueden separar; el observador no puede observar algo que no conoce. En otras palabras, el observador es conciencia, es el ser interno que cohabita con su compañero el ego –que suele estar insatisfecho, hablar más fuerte y ser muy demandante.
Cuando el observador se reconoce como el observado, es cuando viene el crecimiento. Es decir, al estar conscientes se da la unión del espíritu con la materia, entonces creamos lo que los físicos llaman: el momentum. Asimismo, cuando nos dejamos llevar por la respuesta o reacción automática, el ego ganó y tu crecimiento y desarrollo perdieron la batalla.
La única forma de perfilar la mejor versión de uno mismo es invitar al observador como socio en nuestras vidas. En la medida en esto suceda, estaremos en el camino del auto conocimiento y la transformación de ese carbón que somos, a ese diamante que buscamos ser; y que se traduce en armonía, buenas relaciones y salud.
¿Cómo contactarlo?
La mejor forma de conectar con tu observador es percatarte cómo te sientes ¿Cómo se encuentra en ese momento tu respiración, tranquila o agitada? ¿Cómo están tus músculos del cuello y hombros, tensos o relajados? “Nada que no ocurra adentro, podrá ocurrir afuera”, afirma el científico Amit Goswani. Es decir, ejercitar la conciencia del presente, de un deseo auténtico de convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.
Cuando estás a punto de soltar en automático una respuesta, liberar una conducta, una reacción en lugar de una acción que te traerá problemas, obsérvate de lejos, desde tu observador y verás que con una sonrisa guardas tus palabras y tu actitud sabiéndote que hiciste bien. Ése el ser a cargo del ego, no el ego a cargo del ser.
Cuando anticipamos una reacción, rompemos un circuito asociativo y las neuronas que desencadenan la ira se quedan sin alimento. Ahí está el crecimiento; y, finalmente, es a lo que venimos a este mundo. Entonces podrás afirmar: “Cómo has cambiado desde que he cambiado”.