“Me gusta mucho mi trabajo y la verdad soy muy bueno en lo que hago. Tengo ya diez años dedicándome a esto, pero hace tres meses me cambiaron de jefa y es un hecho que no nos caemos bien. Las decisiones que toma no me parecen acertadas y se reflejan en la productividad. He intentado hablar con ella, pero es imposible que escuche. No sé qué hacer, necesito el trabajo, pero el ambiente se vuelve cada día más difícil de soportar”, me comentó un señor en un seminario.
La adversidad es parte de la vida. No cabe duda de que nos llega en distintas formas, tamaños y colores. Puede mostrarse en la pérdida de un ser querido, un huracán, un desastre natural o hasta en lo más cotidiano, que es tener que lidiar con personas con las que llevarse bien es todo un reto.
“El infierno son los otros”, decía el filósofo Jean Paul Sartre. Si bien la frase es devastadora, bien vista no es tan descabellada. ¿Qué es lo que más afecta nuestro bienestar? Nuestras relaciones con la familia, en el trabajo, con amigos o en la calle. Observa que encontrar la adversidad en este aspecto es mucho más probable que enfrentar un temblor o un huracán.
Desde el amanecer, la vida está hecha de convivencia con los demás, y si bien es cierto que llegado un punto podemos alejarnos de quienes no nos convienen, no nos agradan o limitan nuestro crecimiento, nada nos salva de volver a encontrar otras personas con las que se presente el mismo conflicto. Es interesante observar que hay quienes suelen llevarse siempre bien con todos, mientras otros parecen traer los guantes de box adheridos a la piel, listos para soltar el primer jab a la menor provocación.
¿Con cuántas personas tengo conflictos en mi vida?
Esta pregunta podría ser una buena forma de medir nuestro nivel de conciencia y desarrollo. Es fácil engañarnos a nosotros mismos y encontrar los argumentos para siempre tener la razón, ¿cierto? Otra forma de medir nuestro crecimiento interior es observar cómo reaccionamos a la adversidad. ¿Cuál es nuestro grado de reactividad? Ésa es nuestra prueba de fuego. Y no me refiero de la reacción que podamos tener a un tsunami, sino a la que nos define en la vida diaria, es decir, la reacción ante los otros, en especial cuando no hacen lo que ordenamos, cuando tienen otra visión de las cosas y una manera distinta de desenvolverse. Por un simple principio de equivalencia es posible decir que entre más conflictos tengamos con otros, menos conciencia tenemos de nosotros mismos.
En el momento en que nos abrimos a la posibilidad de que el otro tenga un punto de vista diferente, con sus razones, y lo escuchemos sin aferrarnos al nuestro, experimentaremos una apertura de conciencia.
Una de las causas de conflicto suele ser que al ego no le gusta perder –ante nada ni nadie. Emitir un punto de vista cargado de resistencia, ira o superioridad es señal de que nuestra opinión o ego, nos tiene prisioneros. Y eso es un estado de inconsciencia; pero inmersos en él somos incapaces de darnos cuenta.
Si bien la vida nos ofrece varios caminos para abrir el corazón y la conciencia, como pueden ser el arte, la música, el silencio, la meditación y demás, un gran atajo es la Adversidad –así, con mayúscula. Irónicamente una armadura de fierro puede empezar a abrirse para dejar que la luz penetre. Al principio es muy doloroso, pero es una gran oportunidad cuyos frutos veremos con el tiempo.
¿Si nuestro deseo es crecer y ser cada día mejores personas, por qué no tomar a aquellos que en la vida diaria son nuestro infierno y considerarlos desde ahora nuestros maestros?