En un zoológico del estado de Washington, a un cuidador le tocó presenciar que un pajarito recién nacido se estrellaba en la jaula de los chimpancés. Uno de ellos lo tomó con cuidado y en lugar de comérselo de botana, tal como esperaba el cuidador, lo acunó en la mano y lo observó con aparente fascinación. Los otros chimpancés lo rodearon y se lo pasaron de mano en mano con todo cuidado. El último de ellos volteó hacia al sorprendido cuidador para entregárselo.
Como a los chimpancés, nada nos toca más las fibras del corazón que presenciar la pena que otros experimentan. En nuestra naturaleza está ayudar cuando notamos el sufrimiento de un amigo o extraño.
Sin embargo, la prolongada pandemia que vivimos ha elevado de manera considerable los niveles de estrés mental, emocional y físico. Las personas reportan sentirse menos tolerantes y tener la mecha de la irritabilidad y el enojo más corta. Tristemente podemos ver las noticias que antes encogían el alma con el síndrome de “la sopa de rana”, el cual consiste en no notar que la temperatura se ha elevado paulatinamente hasta ser mortal. Nietzsche decía que hay más mal en el mundo por la tolerancia que por la intolerancia.
Por si fuera poco, a la insensibilidad pandémica se agrega el temor –o, podríamos decir, pavor– y la incertidumbre que el conflicto entre Rusia y Ucrania provoca en todos los habitantes del planeta. “¿Otra vez?”, nos cuestionamos incrédulos ante las noticias, como si las terribles guerras mundiales no hubieran sido suficientes para aprender la lección.
Me pregunto, ¿a nivel mundial podrán la incertidumbre, el estrés y la ansiedad crear a la larga un daño mayor que el mismo virus o la guerra?, ¿podemos elegir no ser parte de esa erosión social que drena nuestra energía y afecta nuestro ánimo, mente, trabajo y relaciones?, ¿podrá la indiferencia poseernos?
Es un hecho que frente a la adversidad o el caos en lo macro, somos impotentes; sin embargo, sí podemos hacer algo en lo individual. Cultivar la resiliencia, trabajar en centrarnos y permanecer serenos. Todos hemos comprobado alguna vez que cuando ubicamos la atención en las periferias, reaccionamos; lo que empeora cualquier situación, pues respondemos desde la agresión, la angustia o la ausencia, cualidades que también forman parte de nuestra naturaleza.
La resiliencia ante la adversidad no llega sola, menos en los momentos en que el corazón se agita. Es algo que se tiene que trabajar de manera constante, forjarla con conciencia, a diario crear rutas neuronales para que el cerebro sepa distinguir el camino de la salvación cuando el incendio se presenta.
Piensa querido lector, querida lectora, en lo que a ti te centra. ¿Es hacer ejercicio, practicar yoga, meditar un rato por las mañanas, la respiración consciente, la oración, escuchar música, el contacto con la naturaleza, el silencio, escribir? Todo esto está bien y requerimos más que nunca ponerlo en práctica, no sólo por nuestro bien, sino por el bien colectivo.
Otra manera para rescatarnos es la gentileza. Sí, aquella que los chimpancés mostraron y que es un modo de compasión. Pocas personas relacionan la gentileza con la felicidad. Actos simples como detener la puerta para que pase otra persona, ceder el paso, escuchar a alguien con atención, hace y nos hace el día más amable. Hay quienes dicen que ser gentil es una forma de autoconservación. De alguna manera fortalece las relaciones, agrupa, asegura la sobrevivencia propia y la de la sociedad. ¿No es acaso lo que más necesitamos en este momento?
La compasión, sin duda, cambia la mente y, de mente en mente, se cambia el mundo.