Mi padre solía echarse de clavado en la alberca y permanecer sumergido hasta que el aire se le acababa. Después giraba sobre su espalda y se quedaba flotando un buen rato, mientras disfrutaba la calma del momento. Es un placer que ahora imito y encuentro fascinante cuando nado una vez a la semana o ahora que me encuentro de vacaciones.
En la profundidad del agua hay un mundo muy especial en el que logras desconectarte de la realidad, no hay ruidos del exterior y sólo se escucha la respiración propia. Los tonos azules del agua propician una especie de meditación caracterizada por la calma, la paz y el sentido de unidad y felicidad por la vida. Todo eso se experimenta en ese instante de una forma inigualable.
Sí, hay pocas cosas tan sanadoras para el alma, el cuerpo y la mente como el agua. Imagínate parado en una playa frente al vasto océano, sin nada que obstaculice tu vista. Sientes la brisa en el cuerpo, el pelo y la cara, mientras tus ojos se pierden en las tonalidades azuladas. O bien, visualiza un lago, un río, incluso una alberca o una tina deliciosa. Ahora, escucha el gorgoteo del agua de una cascada o una fuente, mientras disfrutas de la naturaleza o de la plática con algún ser querido. ¿Existe algo más sanador?
El agua es bendita. Dentro, fuera, cerca de ella, en la piel, tomada, disfrutada, dulce o salada, el agua sana de manera prodigiosa y sus efectos se extienden a todas las áreas de nuestra vida. Como dice el dicho: "Muchos han sobrevivido sin amor, pero ni uno solo sin agua".
Por eso, en esta época de vacaciones lo primero que buscamos es un lugar en el que podamos disfrutar de ella y de todos sus beneficios. No es un tema personal, se sabe que algo muy poderoso nos atrae: la supervivencia.
Refresca la mente
El agua simplemente nos hace felices. Seguramente, en alguna capa del inconsciente nos regresa al vientre materno en donde fuimos creados y formados.
“Si hoy en la noche te bañas antes de dormirte, todos los miedos que tengas se irán”, le dijo mi esposo a Valentina, nuestra nieta de siete años, al salir del cine después de haber visto la película de James Bond. Ella temía soñar con las escenas de violencia. Valentina llegó a bañarse sin protestar, confiada en el consejo del abuelo. “Es cierto lo que me dijiste de la regadera, papito”, le comentó Valentina al día siguiente con agrado.
El agua refresca la mente de manera instantánea y reduce considerablemente el estrés. Muchos lo hemos comprobado al resolver alguna preocupación debajo de la regadera, al hacer laps en una alberca, o bien, al caminar en la playa junto al mar. Pareciera que cuando la mente divaga o se relaja como sucede en o cerca del agua, las soluciones afloran.
“Notamos la reducción de los niveles de presión en la sangre, el ritmo de respiración y las ondas cerebrales con sólo estar dentro del agua”, comenta el doctor Justin Feinstein un neuropsicólogo del Laureate Institute for Brain Research, ubicado en Tulsa, Oklahoma. El monitoreo se realizó con personas que flotaban sobre el agua tibia de una alberca. El médico agrega que a los pacientes con ansiedad relacionada con cáncer y dolor crónico les mostraban un video con sonidos e imágenes de agua y entonces el cortisol –la hormona del estrés– se reducía entre 20 y 30 por ciento.
Si en estas vacaciones tienes la suerte de estar en lugares donde haya agua, sumérgete y procura viajar también dentro de ti a ese mundo aparte, para escapar por un momento y disfrutar de los placeres inigualables que el agua nos da.