La historia que te voy a contar es de las que quienes como padres quisiéramos que nuestros hijos y nietos conocieran para darse cuenta de lo que se puede lograr en la vida y de lo privilegiados que son.
Israel Reyes quedó huérfano a los 6 años y a los 17, sin dinero y sin hablar inglés, cruzó la frontera indocumentado para buscar una educación, decidido a ser alguien. Hoy, tras haber trabajado para empresas de ciberseguridad en Estados Unidos, Nueva Zelandia, Europa y Rusia es uno de los nominados al Premio Nacional de Ciencia y Tecnología Su historia me parece fascinante.
“Cuando tenía seis años, mis papás trabajaban en la Merced y vivíamos en un terreno como 'paracaidistas', en Chiconautla, Estado de México. A mi mamá le diagnosticaron cáncer y como mi papá no podía hacerse cargo de nosotros me dieron en adopción con una tía monja en el convento de Las Rosas, en Actopan, Jalisco", narró Israel para el programa Conócete, en 102.5 de MVS radio.
“En dos ocasiones las monjas me dieron en adopción a familias distintas, pero no me integraba a ellas, era un niño muy introvertido y callado, por lo que me regresaron al convento. A los diez años, las monjas me dijeron que ya no se podían hacer cargo de mí, por lo que me fui a vivir con otras dos tías al Estado de México.
"Allí entré a la secundaria en la Academia Militar, con la intención de independizarme a los 18 años y ser piloto. Me exigieron bachillerato en matemáticas y física, por lo que presenté mi examen en el ipn en la vocacional 4 de Constituyentes e ingresé”.
“Viví tiempos muy difíciles, pero siempre tuve ambiciones. Trabajé en la Viga de cargador de mariscos. Un vecino albañil me ayudaba a pagar mis camiones desde el Estado de México a la ciudad para poder estudiar. En el IPN tomaba los libros de escuela superior en inglés para estudiar fórmulas que trataba de entender, me hice autodidacta”.
Quienes me educaron y me cambiaron la vida fueron mis maestros –continúa Israel–. Un profesor llamado Antonio Piñeiro se dio cuenta de que tenía talento. 'Ve a la embajada americana y que te hagan un examen para que te vayas a estudiar allá', me dijo. La Universidad de Luisiana me aceptó, pero me pedían ¡cinco mil dólares y el examen Toefl!, los cuales, por supuesto, no tenía.
"Conseguí sólo 300 dólares que mi tía la monja me dio y me fui a la central camionera para comprar mi boleto, sin visa ni pasaporte. Llegué a Ciudad Juárez para cruzar el desierto. Nunca imaginé lo difícil que sería. Después de 28 días llegué a Denver, pero me rechazaron en la Universidad”
"¿Qué qué? no podía tomar un 'no' como respuesta. Le pedí a un primo que me prestara 200 dólares y me disfracé de 'estudiante americano', con mochila y shorts fosforescentes. Conseguí trabajo de barrendero por las noches y ganaba 4.25 dólares la hora. Durante el día me metí de oyente en las clases. Sabía que mi talento estaba en los números.
"Pasaron seis meses y un día el director de la universidad me dijo: 'Oye, yo te conozco, eres el mexicano al que le negué la admisión'. Ya hablaba inglés, presentaba buenos trabajos, pagaba mis impuestos, pero sentí que la sangre se me bajaba”
“'Soy el barrendero de la universidad y quiero ser médico o ingeniero, no estoy haciendo nada malo. Si me dices que es un delito querer ser alguien en la vida, quien está mal eres tú”, le dije. Y me aceptó.
"Estudié matemáticas aplicadas y ciencias en computación. Creer en ti mismo y creer en los otros es la clave para salir adelante... El pasaporte para una mejor vida es la universidad".