Me gusta mucho la costumbre de nuestros vecinos del norte de celebrar el Día de Gracias –con origen en la celebración de las buenas cosechas. Me parece un hábito que nos convendría adoptar o experimentar, pero no sólo un fin de semana, sino el año completo.
Más allá de los beneficios que la gratitud nos brinda en términos mentales y físicos, como en la salud, el bienestar y la calidad en nuestras relaciones, agradecer es una obligación. Pero hoy quiero invitarte a ir más allá de la gratitud y practicar el aprecio, te garantizo que tú y quienes te rodean serán más felices.
Recuerdo que en una ocasión Mateo mi nieto, entonces de dos años, me trajo una piedrita del jardín y la puso en mi mano. “Gracias, Mateo”, le contesté con una gran sonrisa. Acto seguido, Mateo regresó emocionado, moviendo su traserito de un lado a otro, a recolectar dos piedritas del jardín para colocarlas en mi mano una vez más, a lo que volví a agradecer. La acción la repitió varias veces, su motivación era ver mi cara de felicidad y la satisfacción de escuchar la palabra “gracias”.
Pienso que el Universo reacciona de la misma forma que un niño de dos años. Entre más le agradeces, más y con más gusto te regala a manos llenas. El asunto es darnos cuenta de los miles de regalos que la vida nos hace a diario, ya sea con la naturaleza, las coincidencias, la belleza, el arte, el abrazo, la palabra, etcétera…