La práctica de tiro con arco y flecha era antiguamente una disciplina, un camino espiritual que llevaba al practicante a la transformación para recuperar la armonía y el equilibrio entre lo físico y lo metafísico, y que cuando el arquero no daba en el centro del blanco regresaba a buscar la causa de su fracaso, pero dentro de sí mismo. El objetivo: alcanzar su verdadero ser.
Si alguna vez has tirado con arco y flecha, te habrás dado cuenta de que ese deporte requiere mucha habilidad y concentración. Incluso alrededor de él se ha desarrollado una filosofía llamada arquería zen, como parte del budismo zen; nació hace diez mil años en China y se desarrolló en Japón durante el siglo xiii.
El arquero cuando dispara sus flechas planta los dos pies firmemente en el suelo, mantiene rectas las rodillas, cuelga su aljaba en la parte estrecha de la cintura; mantiene todo su cuerpo firme, levanta el arco, con las dos manos aprieta los dos puños sin dejar ninguna apertura entre los dedos, inhala, estira el cuello, cierra la boca y el ojo apunta. La concentración debe ser continua. La mente debe estar tan calmada como la superficie de un lecho de agua estancada. “No tires ya de él, sino condúcelo… quieto sin agarrarlo; el arco nunca debe saber cuando ha de partir la flecha”.
En este fragmento del libro El arte del tiro con arco, de Joseph Epes Brown, pareciera que se hablara de la interminable lucha con uno mismo: gobernar nuestros pensamientos.
“Lo más importante de este deporte es la forma, la manera, lo que sientes al practicarlo. El movimiento del cuerpo se acompaña con una ceremonia, en la que todo es suave y relajado. En ese momento sólo existe la atención plena a lo que haces. Las preocupaciones durante ese minuto desaparecen”, comenta el experto Emilio Potente.
En mi investigación aprendí que, si bien cada detalle en este deporte es importante, hay un elemento vital sin el cual no sería posible dar en el blanco: el enfoque en la atención.
¿En dónde pones tu atención?
Todo aquello en lo que enfocas la atención, crece, desde una relación, una planta o una carrera profesional, lo que se te ocurra –ya sea bueno o malo. Dicho enfoque siempre nos provoca un sentir determinado, ¿cierto?
Revisemos tres preguntas:
- ¿Me enfoco en lo que tengo o en lo que me falta?
Te puedo asegurar que, por lo general, la respuesta es en lo que te falta, lo cual es normal, dado que nuestra atención suele obedecer los patrones neuronales transitados con frecuencia debido al condicionamiento para la sobrevivencia. El inconveniente es que, si nos concentramos en la carencia, la felicidad se vuelve imposible, ¿cierto?
En cambio, cuando toda nuestra concentración se dirige a lo que sí tenemos, de inmediato nos llenamos de dicha y gozo. Lo irónico es que al no poner atención en todo lo que sí hay lo invisibilizamos ¡como si no existiera!
- ¿Me enfoco en todo aquello que no puedo controlar o en lo que sí controlo? ¿Te das cuenta de por qué podemos sentir tristeza o deprimirnos sin siquiera saber la causa de manera consciente? Bien visto, en realidad no controlamos absolutamente nada, por eso, buscar el control siempre será sinónimo de sufrimiento.
- En qué me enfoco más, ¿en el pasado, en el presente o en el futuro? El pasado ya se fue, ya no existe; el futuro no ha llegado; el presente es todo lo que hay, lo que importa, lo que existe.
Al igual que el arquero, la lucha con uno mismo consiste en concentrarnos sólo en el presente y que nuestros actos sean suaves y relajados, para dar en el blanco de nuestro propio bienestar y alcanzar nuestro verdadero ser.