La naturaleza tiene una sabiduría implícita que no hemos acabado de comprender. La sabiduría no sólo pertenece a los seres humanos. También se encuentran en la naturaleza misma, hay que buscarla y encontrarla para darnos cuenta de que somos un fractal de la misma.
Me parecen fascinantes las fotografías en las que se compara el iris del ser humano con una nebulosa en el espacio o la de la formación de venas en una hoja con nuestro sistema circulatorio, ¡son iguales! Y qué decir de las líneas que se pueden observar en un tronco si se le hace un corte transversal y nuestras huellas digitales o bien las ramificaciones de árbol con la formación de nuestros bronquios y alveolos pulmonares.
La semana pasada comenté sobre el campo geomagnético que, de acuerdo con el científico Rollin McCraty de la Global Coherence Initiative (gci), cuando el corazón entra en un estado de coherencia, es decir, en un estado de armonía y gratitud interior, la vibración del ritmo cardiaco adquiere una frecuencia de 0.1 Hertz. ¡Igual a la frecuencia de la Tierra! Lo que me parece maravilloso.
Mas el asombro no termina. Hay otras frecuencias geomagnéticas conocidas como resonancias Schumann, que fueron nombradas así gracias al alemán Winfried Schumann que las descubrió a mediados del siglo xx. Son ondas magnéticas entre la Tierra y la ionosfera que conforman una especie de burbuja de jabón alrededor del planeta. Hay ocho de ellas y se miden con 14 sensores distribuidos alrededor del mundo.
Lo interesante es que la primera frecuencia de resonancia Schumann es de 7.8 Htz por segundo, igual a la frecuencia de las ondas cerebrales de los humanos y los mamíferos. Mas las ocho frecuencias Schumann se superponen con las distintas ondas del cerebro: Theta, Alfa, Beta y Gamma. ¿No es increíble?
Ahora, el campo electromagnético que radia nuestro corazón se puede medir a una distancia del cuerpo de hasta tres metros; es decir, es enorme en comparación con las que radia el cerebro, que se pueden medir sólo a unos tres centímetros.
Entonces, no es casualidad que dicha proporción de frecuencias entre nuestros órganos y sistemas principales sea la misma que oscila entre los principales sistemas geomagnéticos en la Tierra: las resonancias Schumann y el campo geomagnético que surge de los polos, hasta encontrarse con el viento solar.
Estudios llevados a cabo durante diez años, publicados en febrero de 2018 en Scientific Reports de Nature Magazine, por el mismo McCraty y Mike Atkinson, demuestran que la actividad geomagnética y la solar afectan al sistema nervioso autónomo (sna) que controla 90 por ciento de las funciones del cuerpo humano.
Por lo tanto, no debe sorprendernos que numerosos ritmos fisiológicos en los humanos y en el comportamiento global colectivo se sincronicen con la actividad solar y la geomagnética, pero que además las disrupciones en esos campos afecten de manera adversa la salud y la conducta humanas.
Cuando los dos sistemas, el del planeta y el nuestro vibran en la misma frecuencia, esto es, cuando hay armonía en nuestro estado natural, es fácil transmitir información y entrar en sincronía con esa inteligencia inherente de la Tierra que nos llena de energía e incide en nuestra percepción de la vida.
Los estudios de la gci también comprueban que basta tener 15 minutos al día de esa coherencia cardiaca creada por el amor, la gratitud y el aprecio para que nos sincronicemos fisiológicamente por las siguientes 24 horas con los ritmos de la Tierra.
Así que si deseamos salud y energía, entremos en sincronía con la sabiduría inherente del planeta.