Si alguien tratara de describirte el mar no habría palabras que igualaran la experiencia de sumergirse o flotar tranquilamente en él. Aunque fuera un retrato hablado espléndido no se compararía con sentirlo y vivirlo, ¿cierto?
Desde niños comprendemos el mundo gracias a las muchas preguntas que nos hacemos, las cuales pueden transitar de: “¿por qué me tengo que lavar los dientes? a, quizá: “¿por qué no me puedo quedar a dormir en casa de mi amigo?”, “¿por qué la mujer que me gusta no me hace caso?”, o: “¿cómo puedo crear mi propio negocio?”... hasta que un día, irremediablemente, una conmoción interior hace que nos asalten preguntas más profundas.
Dichas preguntas ya no se enfocan en el afuera sino en el adentro: “¿cuál es mi misión en la vida?, ¿cuál es la verdad? ¿quién soy? ” y demás.
En ese momento suena “el despertador cósmico”, como lo llama Barbara De Angelis en su libro Soul Shifts. Una vez que lo escuchamos no hay botón automático que lo pare, se detiene hasta que le hacemos caso. Ese despertar llega, por lo general, en la madurez. Pero como sucede con el mar, no es lo mismo vivirlo a que te lo platiquen.
Quizá de joven comienzas a sentir un llamado hacia un camino que desconoces, no sabes a dónde va ni cómo será el viaje, sólo sientes un impulso que tira de tu alma y te atrae como la luz a los peces en la noche. Más tarde empiezan las preguntas, el anhelo, la búsqueda, el deseo y, finalmente, el encuentro: la alarma del despertador cósmico suena.
Dicha alarma suele despertarnos por varios medios: el arte, la belleza, la fe, el gozo o el dolor. En mi caso se trató de esta última opción.
Un sábado en la noche nos dieron la noticia de la muerte de mi querido hermano Adrián. Durante ese dolor, nunca antes experimentado, me sentí en la oscuridad total, como si hubiera descendido a los sótanos de mi alma, también nunca antes visitados. Ahí, en ese lugar profundo vi –y lo digo de manera literal– una puerta oscura en cuya base se filtraba una ranura de luz muy intensa. Abrí esa puerta y encontré el umbral de mi alma. ¿Siempre ha estado aquí? ¿Cómo no conocía este lugar? Sentí que llegaba a casa y la enorme tristeza se convertía en una dulce melancolía que me arropaba.
Visitar ese lugar era lo único que me daba consuelo. Afortunadamente, una vez que se abre dicha puerta ya no desaparece ni se cierra nunca.
Comienzan a suceder encuentros fortuitos con maestros, libros, cursos, situaciones, eventos transformadores o se recibe la ayuda de los demás. Nada es accidental. Una vez que el despertador cósmico suena todo conspira para seguir en el camino.
En la vida de cada quien hay momentos cruciales, despertares que quitan velos a lo que entendemos como “realidad”, tal que parece que nos hemos puesto un nuevo par de lentes para comprender que hay otras realidades no tan evidentes pero más auténticas, significativas y expansivas a las que podemos llegar.
Sin embargo, el camino hacia esos planos no es fácil ni rápido, por el contrario es largo, arduo y doloroso. Al mismo tiempo que sientes la felicidad de haberlo descubierto, sabes que no hay paso atrás y, entonces, por momentos anhelas la ligereza de vivir en la superficie y la ignorancia. “¡La vida antes era más fácil!, ¿cierto?”, te dice el ego al oído.
Más una vez sumergidos en el mar colmado de tonalidades azules, al sentir el abrazo del agua y su juego en la piel que dan una profunda serenidad y confianza de estar en el camino correcto, volvemos a recordar y a agradecer al despertador cósmico que, a pesar de todo, nos haya hecho descubrirlo.