El gozo de moverse | Gaby Vargas

El gozo de moverse

¡Ah, cómo disfruto salir a caminar! o andar en bici, nadar o practicar yoga. Percibir el cuerpo moverse de cualquier forma me hace sentir la vida, me da la sensación de estar sana, plena y conectada. Con seguridad sabes a lo que me refiero; sin embargo, hoy te propongo hacer de cualquier práctica, algo más que un ejercicio físico y rutinario: llevarlo a un nivel, diría yo, espiritual.

A muchos en la vida diaria –por el trabajo, las prisas, los horarios, las obligaciones o lo que sea– se nos complica tener una práctica espiritual cotidiana. Aunque, también es verdad que muchos otros sí tenemos tiempo para hacer algún tipo de ejercicio. ¿Por qué no entonces unir las dos cosas? Veamos a continuación por qué.

Cualquier tipo de movimiento rítmico, constante, contribuye a la mejora física y al crecimiento mental, espiritual y emocional. ¿Quién no se ha sentido mejor después de practicar un deporte durante una hora, vaya, incluso al bailar en una reunión social? Imagino que en esas ocasiones cada una de nuestras células, las cuales se cuentan por trillones, saliera de fiesta con una maraca y una sonrisa, lo que proporciona un gran bienestar en todo el cuerpo.

Los cuatro pasos

Partamos del hecho de que el cuerpo es flojo, la mente es inquieta y el alma es luminosa, ¿cierto?

1. Cuerpo. Para lograr el bienestar total, al primero que tendremos que educar y llevar de la mano es al cuerpo. Éste, como niño que repela para lavarse los dientes antes de acostarse o para recoger sus juguetes, hay que disciplinarlo, crear un hábito para que entienda que así es y así debe de ser, para después poder disfrutar del orden, la paz y la salud deseadas.

2. Mente. Cuando mediante la disciplina sometemos al cuerpo, el cerebro comienza a cooperar y a generar las hormonas del bienestar, estimulado por los tendones, músculos y huesos en movimiento. Esto, con la práctica, resulta en una energía de unión cuerpo-mente muy placentera, que calma, libera y recompensa.

Nuestra práctica se podría quedar ahí –como suele ser–, sin embargo, también podemos darle mayor sentido y significado. ¿Cómo lograrlo?

3. Respiración. Sabemos que la mente, astuta como es, puede fugarse a mil direcciones en una fracción de segundo. Hay que entretenerla y traerla al presente y hacer que se concentre en una sola cosa: la respiración. La respiración recorre sólo una pista: la de la inhalación y la exhalación. Así que si en cualquier tipo de práctica, ya sea yoga, carrera, nado o caminata, te concentras en observar el ritmo y el flujo del aire al entrar y salir de tu sistema, inexorablemente alcanzarás la quietud mental. Recordemos que el descanso y la paz no se dan en el cuerpo, sino en la mente.

4. Conciencia. Si a esa quietud interior se agrega un último factor: conciencia, entonces se producirá la gratitud y el aprecio. Gratitud al momento presente y al privilegio de movernos; aprecio al corazón por latir, a nuestros pulmones por respirar y llevar alimento a todas las células o a la coordinación de las 300 coyunturas que unidas logran nuestra libertad física.

 

Esto producirá el gozo, un gozo de tipo espiritual que nos abre y conecta con el alma que dentro y fuera de nosotros ilumina al cuerpo, al universo y a la vida.

Es sólo entonces que el movimiento cobra otro sentido. Es sólo entonces que el ejercicio deja de ser algo meramente físico, mecánico y rutinario, para convertirse en una práctica diría que, podríamos afirmar, es espiritual. Además, dicha conciencia nos motivará a mejorar nuestra alimentación, nuestro sueño y nuestro estilo de vida. Vale la pena, ¿no?

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