Había una vez un samurái muy astuto que se ufanaba de ser el mejor de la región en el manejo de la katana –espada de hoja curva. Un día un señor se acercó a decirle que en las montañas habitaba otro samurái que era mucho más sagaz y habilidoso que él con la espada.
—¿Cómo te atreves a decirme esto? —exclamó el samurái lleno de soberbia. Molesto por el comentario decidió dirigirse a las montañas para retar a ese otro samurái a un desafío.
Armado hasta los dientes viajó durante varios días. Para su sorpresa, al llegar a las montañas encontró al samurái sentado en posición de flor de loto quien, con ojos cerrados, meditaba. Lo rodeaban sus discípulos en las artes marciales.
Para despertar su ira, el samurái agitado, lo espetaba con palabras y frases desafiantes a enfrentar un duelo. El samurái sentado ni siquiera abrió los ojos para verlo, permaneció totalmente inmune a la provocación y a los insultos, hasta lograr que su agresor –por cansancio–, se diera por vencido y se retirara.
—¿Por qué no sacó su katana? —preguntaron sus discípulos asombrados—, si de un solo movimiento lo hubiera matado como relámpago.
—Primero, porque de haber sacado mi espada le hubiera dado derecho a pelear conmigo y, segundo, porque significaría haber aceptado sus ofensas.
De ahí la frase de Zhuge Liang, en El arte de la guerra: “Los expertos en combatir no se colerizan, los expertos en ganar no se asustan. Así el sabio gana antes de luchar, mientras que el ignorante lucha para ganar”.
El cuento nos muestra que el problema no es el rival ni la presión que exista entorno, el problema es la reacción que tengamos frente a ese rival.
En medio de una traición o ante un desafío o una decepción es difícil recordar que las personas hacen lo que hacen como resultado de lo que son, de lo que necesitan, de lo que han vivido, de sus deseos y de sus creencias. El cuento del samurái muestra que muchas veces los actos no son personales, es decir, dirigidos a nosotros, sino mero reflejo de cómo las personas se relacionan con el mundo, de su nivel de madurez y sus valores.
“En cualquier combate se requiere dominar dos cosas: la técnica, como factor externo, y el espíritu o la mente, como factor interno.” Cuánto nos serviría recordar esto que narra el maestro Takuan, en el libro Los secretos del samurái.
Lo que nos toca, entonces, es alejarnos y situarnos como observadores para comprender que las personas hacen cosas y nosotros tenemos el poder de decidir si nos afectan o no. ¿Que es difícil? ¡Claro que lo es!, porque el ego que habita en cada uno es un ser hiper sensible e inseguro, que busca ser reforzado y sentirse valorado a cada instante. Cuando no se le complace su reacción suele ser agresiva o violenta, por lo que hay que tenerlo bien amarrado.
En ocasiones, las personas creemos tener control sobre nuestras emociones, pero la vida nos manda exámenes para demostrarnos cuán poco practicamos lo que creemos dominar. Muchos hemos viajado de una experiencia a otra indeseable en un instante y sin darnos cuenta, avergonzados de admitir que en el nivel conocimiento podríamos haberlo hecho mejor.
El cuento nos invita a reaccionar con el estoicismo pleno y tenaz que acompaña a un samurái sabio. En lugar de permitir que la queja o el enojo sean la válvula de escape temporal a las experiencias de la vida, dejemos el mando al corazón, pues él no “trata”, ya es sabio, compasivo e intuitivo por naturaleza; confía en la vida y es capaz de integrar las diferentes inteligencias. Pero estas son capacidades que deben fortalecerse.
La clave, como siempre, está dentro de nosotros mismos.