El deseo es un impulso espiritual y emocional que nos inspira a movernos hacia algo mejor y a aceptar el cambio. De no desear nada, los sentidos se apagarían y la vida perdería sentido. Nos vaciaríamos de la energía de vivir y nada nos motivaría a levantarnos por las mañanas.
Si bien distintas tradiciones nos aconsejan reprimir el deseo, porque nos lleva a la frustración y al sufrimiento, considero que el deseo no es en sí la trampa; la trampa es aquello que deseamos.
Dos tipos de deseos
Te invito a considerar que existen dos tipos de deseo: el superficial y el profundo. No es lo mismo anhelar juguetes, automóviles, trabajos atractivos, amantes, símbolos de éxito y demás, que desear encontrar a Dios, la iluminación, la paz, o bien, ser una persona mejor.
Los deseos superficiales nacen del ego, de la comparación y de las apariencias. Sirven, principalmente, para acallar la voz interior que suele insistir en que “no eres suficiente”. Desde ese lugar, el deseo puede hacer mucho ruido, causar frustración y dolor, así como crear una prisa por pedir mucho, sin percatarnos de que, desde ese lugar, nunca nada será suficiente.
Bajo esa ilusión, es que las personas alimentamos al ego, almacenamos bienes, compramos cosas, sacrificamos amistades, tiempo de vida, descanso y convivencia con la familia. Tener más, lograr más, aparentar más nos lleva a ponernos unos lentes permanentes de “algo falta”. Y así, los deseos se centran en el bienestar propio, lo cual, lejos de llevarnos a sentirnos plenos, nos lleva a un profundo vacío y termina por convertirnos en esclavos.
El deseo profundo
Por otro lado, el deseo profundo proviene del ser auténtico, de esa parte que anhela algo que no se puede tocar y está más allá de las posesiones o satisfacciones temporales.
Cuando comprendemos las necesidades detrás de los deseos superficiales es más fácil lograr la satisfacción en un nivel más hondo. Estos deseos son los que llenan, expanden e impactan para bien a todos. Se alimentan de la energía del amor, la gracia, la bondad, el perdón, el respeto, la armonía y una reverencia hacia la vida.
Este deseo no viene de ti, es impersonal y se trata de la misma fuerza que hace que el pelo crezca, la sangre circule por las venas y los árboles den fruto. Cuando te conectas con esa energía todo fluye.
Las tres preguntas
Para saber si estás conectado con dicha energía, hazte tres preguntas: ¿mi deseo es justo, es bueno y es honesto?
Es un hecho que el mundo se mueve por afinidad; sin embargo, cuando no puedes decir “sí” a una de las tres preguntas anteriores o hay una negatividad, los deseos se conflictúan y se cancelan uno a otro.
Ahora, no basta desear o pedir algo para que el Universo responda, se requiere actuar y trabajar. Mas una vez que se ha sembrado el deseo, lo que toca es soltarlo y confiar en que las cosas se mostrarán en tu vida. La obsesión o el apego a un resultado determinado va en contra de dicha energía y provoca que se empantane.
Para reconocer desde dónde surge tu deseo, ten en cuenta que:
El ser une y el ego separa.
El ser agradece y el ego se queja y nunca está satisfecho por completo.
El ser siempre esta pleno, el ego siempre está inconforme.
El ser siempre esta en el presente, el ego en el pasado o en el futuro.
El ser aprecia la belleza, el ego ve el defecto.
El ser vive en la abundancia, el ego en la escasez.
El ser se desapega del resultado, el ego espera un resultado y un reconocimiento.
El ser desea ser y el ego, tener, hacer, poseer.
Procura el silencio, la meditación, los momentos de respiración a solas para alienarte con la energía de tu ser interno y escuchar los deseos profundos. Así encontrarás la manera de poder servir, para que tu ser reconozca lo que vino a hacer a este mundo.
¿Desde dónde deseas lo que deseas?