lo que buscas, te busca

Un maestro zen y su aprendiz caminaban por el campo cuando se encontraron con una familia muy pobre, la cual los invitó a pasar y a compartir el pan en su casa de paja. El padre les platicó que mitigaban el hambre día a día gracias a la leche que la vaca producía.

Al término del convivio, el maestro y su alumno se despidieron de la familia muy agradecidos y retomaron su camino.

Una vez que se alejaron un poco, el maestro le dijo a su alumno: “Ve y mata a la vaca”. Al estudiante, aunque sorprendido, no le quedó más que obedecer y tiró a la vaca por un barranco.

Al año siguiente, el maestro y el discípulo regresaron al mismo lugar y se encontraron con la misma familia que para entonces vivía en una casa construida con ladrillos, vestía mejores ropas y les invitó una comida suculenta.

—¡Cuánta abundancia! ¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó el maestro.

—Perdimos la vaca y todos tuvimos que encontrar nuestras habilidades para salir adelante —respondió el padre con orgullo.

Al despedirse, el maestro le dijo a su estudiante: “En ocasiones, necesitamos matar a la vaca para sacar lo mejor de nosotros mismos”.

Todos tenemos una vaca

Cuánto bien nos haría recordar esta historia cuando nos instalamos en nuestra zona de confort y nos desviamos del camino para el cual fuimos llamados.Si tienes vida tienes un propósito, un llamado del espíritu. Una parte de ti busca un significado en esta escuela de la vida a la que todos vinimos a aprender. ¿Lo escuchas y lo reconoces?

Nadie llega a este planeta sin una misión. Cuando eres honesto contigo, sabes que estás hecho para tal o cual tarea, trabajo, proyecto o misión. Cuando dices “esto es”, fluyes y te sientes pleno; es un saber que sólo el alma entiende. Quizá sea algo que no puedes señalar con precisión pero que de manera reiterada se cruza en tu trayectoria y se revela en pequeños detalles en el contexto de tu vida: coincidencias, obligaciones, casualidades y conexiones que te encuentran. Como diría Rumi: “Lo que buscas, te busca”.

Si acaso perdemos una relación o un trabajo y caemos en la desesperación total, pensemos que tal vez nos enfocamos en algo que no nos pertenecía o que, simplemente, no era para nosotros.

Cuando perseguimos un sueño que no es nuestro o nos obsesionamos con algo o alguien y nos regimos por el “tengo que hacer o tener”, nos traicionamos a nosotros mismos. Reconocemos esa deslealtad por la incomodidad soterrada y constante que produce en nuestra vida. Cuando nos sentimos lastimados sin comprender bien a bien el porqué, recibimos una señal de que nos hemos desviado.

Si queremos salir de una circunstancia en la que la energía se contrae y no lo hacemos debido a que nos da miedo y en vez de procurar un cambio fingimos contento, traicionamos al corazón. Si tenemos la oportunidad de cambiar de ruta y, sin embargo, elegimos seguir, el daño que nos hacemos es brutal.

Lo malo es que el deseo y el ego nos seducen para continuar a ciegas, para imitar o anhelar vidas que no nos pertenecen. Es muy alto el precio que pagamos por esos sueños adoptados sin una verdadera introspección. Al no ser conscientes de ello o no asimilarlo, la energía deja de fluir y se estanca.

Para mover dicha energía lo mejor es preguntarnos con honestidad: «¿Estoy en el camino correcto? ¿Qué tal si eso que me pasó es lo mejor que me pudo haber pasado?». Llegado el punto, al igual que hizo el maestro zen, quizá debamos sacrificar nuestra fuente de falsa comodidad que entorpece el camino a la grandeza para la que fuimos hechos, ¿no crees?