Entregar alma, mente y corazón | Gaby Vargas

Entregar alma, mente y corazón

“El trabajo en la escuela campesina es muy arduo” le advirtieron sus maestros a Emilio Narváez Vilches, cuando tenía tan sólo 21 años de edad y a quien acababan de nombrar Director de la Escuela Rural Unidocente 24 de Lolco, una comunidad distante al territorio nacional, Lonquimay en Chile. A él no le importó.
La realidad superó cualquier expectativa: la nieve cubría casi por completo los 150 kilómetros de recorrido. El viaje inicial le llevó tres días, por terreno llano primero, luego nevado y finalmente cruzó el río Bio Bio, con su torrente, en un minúsculo cajón que pendía de un cable. Toda una aventura.
Llegó entonces a la “escuela de sus sueños”; un salón que había sido sala principal de la casa patronal que aún mostraba impactos de bala, producto de un saqueo de campesinos descontentos.
Quedaba el pizarrón y un poco de gis, pero no había ni libros ni carpetas y ni siquiera un registro escolar. Hacia dos años que el último profesor se había retirado, quizá vencido por la realidad o por el largo camino. “¡El curso escolar se abre de nuevo!”, Emilio avisó con entusiasmo a toda la comunidad y comenzó a distribuir a los niños en diferentes niveles; llegaron casi 70 alumnos de entre 6 y 19 años, algunos sin papeles, la mayor parte solos, a caballo o en carreta y los más cercanos a pie.

La pobreza extrema del lugar se notaba en todo, en sus caritas, en su ropa y en su nivel de aprendizaje; en aquel tiempo vivían de la tala de bosques de araucaria y la nieve obviamente no permitía tal trabajo; no había entradas económicas.
A pesar de todo, Emilio continuó con mucho ánimo. Su amor a los niños, a su profesión, lo llevó a ingeniárselas, a poner creatividad y empeño. Como el frío era insoportable, dentro del salón se contaba con una estufa de leña que mientras se mantuviera encendida, permitía trabajar; por eso en los recreos salían para abastecerse de leña y combatir el frío.
Poco a poco, se notaron los cambios y aunque la realidad fue más dura e inclemente que aquella mostrada en sus cursos de preparación, Emilio la confrontó con el talante bien forjado, pero sobre todo con la pasión de disfrutar lo que hacía. Seis meses después, sus colegas y el personal administrativo lo felicitaron al ver los resultados del examen que sus niños realizaron.
Aún a su corta edad y con su poca experiencia docente, el joven maestro se acercó al ideal que sus propios instructores le habían repetido; entregar alma, mente y corazón. Emilio

Narváez, ejemplar maestro, encontró en esa escuela rural su mejor experiencia docente y personal. Logró darle la vuelta y hacer de ella el centro de la comunidad. Así, de manera integral, el joven se transformó en orientador familiar, hizo las veces de árbitro de conflictos entre trabajadores y representantes, fue auxiliar de primeros auxilios, hasta aplicó inyecciones y se convirtió en presidente y jugador del primer equipo de fútbol.
A pesar de que esta historia sucedió en 1962 y en un páis lejano, me parece que es un gran ejemplo que refleja lo que es ser un verdadero maestro.
Un verdadero maestro, más que dar respuestas e imponer repeticiones, fórmulas o datos, vive con pasión, consciente de la responsabilidad que adquiere al delinear cuerpo, mente y espíritu de los seres humanos; forma con paciencia y tolerancia las habilidades de cada alumno y motiva y orienta a los alumnos a crear y a descubrir. Pero sobre todo, con su ejemplo invita a quienes lo siguen, a sacar lo mejor de si mismos para siempre…ir más allá.
Felicidades a los verdaderos maestros.

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