“Un día amanecí con cara de cansada y así se me quedó”, me dijo alguna vez mi prima Martha, quien era muy simpática y unos años mayor que yo. Las dos nos reímos, en ese momento, la soberbia de la juventud evitó que me sintiera identificada, ignoraba que al poco tiempo irremediablemente lo haría.
¿El cuerpo te ha cambiado? ¿Ya te salieron canas, arrugas en la cara, manchas en la piel? ¿Te duele la espalda o alguna articulación? ¿Has sentido la pérdida de fortaleza o energía en actividades que antes tenías, como la simple tarea de abrir la tapa de un frasco?
Todos deseamos envejecer con gracia. Sin embargo, ver que el cuerpo cambia es más difícil de lo que imaginamos. Sin importar quiénes somos o de dónde venimos, todos vamos a recorrer el mismo camino, con pequeñas variaciones en cuanto a tiempo y espacio. Seas un estudiante en tus 20, una maratonista en tus 40, una ama de casa en tus 50 o eres un profesional en tus 70, el cambio será inevitable y empieza desde la juventud.
En la juventud, deslumbrados, buscamos realizar un sinfín de cambios en ese exterior que todo lo ofrece y promete. Ignoramos que el trabajo está en la naturaleza de nuestra esencia, que es el Ser y cuya juventud es eterna y definirá si obtendremos la armonía para transitar por los años.
La única diferencia está en la aceptación
Cuánto admiro a las personas mayores de edad que se presentan al mundo lo mejor que pueden y aceptan un rostro que muestra el paso de los años con tranquilidad y orgullo. En especial a mujeres, a quienes el tema parece importarnos más que al sexo masculino. Ellas tienen una belleza especial, más madura y profunda. Pienso en Carolina de Mónaco, Meryl Streep, Helen Mirren, Glenn Close o Diane Keaton, por ejemplo.
En cambio, algo nos perturba cuando vemos los rostros de las famosas que se resisten a envejecer, sin aceptar el paso de los años. Encontramos es su apariencia una similitud extraña, un parecido peculiar a pesar de sus grandes diferencias, los labios inyectados, la piel restirada o un gesto sin expresión.
Se entiende que para las personas de cuyo rostro depende su carrera, no debe ser fácil el vacío de ofertas laborales e incluso existencial que conlleva el envejecimiento. Es así que algunas hacen lo imposible por mantenerse vigentes en el mercado. Lo que es un hecho, es que entre mayor apego tengamos al mundo material, el desprendimiento de él será más doloroso. Así, ese vacío puede volverse hostil, oscuro y tapizado de peligros.
El apego es lo que nos hace sufrir, dirían los budistas. En el camino al despertar, la vida nos muestra a cada cual el tipo de apego del cual nos debemos desprender. No tengamos temor a aceptarlo. Si en la mente surge el deseo de hacer, parecer, lograr, estar en forma o tener el coche, la casa o el vestido tal o cual, vivámoslo sin dejar que nos domine. De la misma manera, tomemos el impulso si sentimos la fuerza de algo intangible, difícil de describir con palabras, que nos jala hacia una vida con mayor sentido y conexión con el aspecto espiritual. La elección es nuestra.
Si la conciencia está presente, conectada con la Divinidad, la perfección y el amor, cultivaremos de algún modo el interior. Al tener una práctica de tipo espiritual, ese vacío puede convertirse en un espacio radiante de luz inundado de quietud y la única diferencia la marca la aceptación.
La vida puede ser frustrante si deseamos que sea diferente a lo que es, pero también puede ser plena y fluir con enorme gratitud por lo vivido y los regalos recibidos. La diferencia está en la aceptación.