“En la vida sólo hay tres asuntos: los míos, los tuyos y los de Dios”, reza la sabiduría popular. ¡Ah!, cuán tranquilos viviríamos si aplicáramos esta premisa de manera cotidiana. Diversas corrientes filosóficas nos hablan sobre la imperturbabilidad o ataraxia como el fin más preciado al que se puede aspirar. Sin embargo, en el día a día se presentan obstáculos que nos impiden obtenerla o permanecer en ella.
Gran parte de nuestro estrés surge de atender los asuntos de otros. Es un hecho que sufrimos al desear cambiar algo que no está en nuestras manos, como juzgar, intentar controlar al mundo y utilizar el verbo deber: “Esto no debería estar…”, “Mi pareja debería ser…”, “El gobierno debería hacer…”.
Enfocar la atención en los otros y creer que sabemos lo que es mejor para todos, significa estar fuera de nuestros asuntos. Lo hacemos incluso en nombre del amor. Sin embargo, cuando esto sucede, dejamos de estar presentes en lo que en realidad nos corresponde, para después extrañarnos de ver que nuestra vida no fluye como quisiéramos.
Otro obstáculo viene de preocuparnos por los asuntos de Dios: temblores, huracanes, lo que sucede en el mundo y en el plano exterior, incluso sobre nuestra propia muerte. Acerca de estos aspectos no podemos hacer nada. ¿Para qué discutir con la realidad y con lo que es?
Desear que estas cosas sean diferentes es como tratar de enseñar a un pato a ladrar. Puedes tratar por todos los medios, hasta recurrir a chamanes, que el pato seguirá haciendo “cuak”. Esto no significa permanecer pasivos, conformistas e inmóviles. No. Nadie quiere enfermarse, aislarse, perder el trabajo o tener un accidente; sin embargo, cuando sucede, ¿en qué ayuda pelear con la realidad? Simplemente, cuando aceptamos lo que es, la vida, las relaciones y la productividad encuentran mejor cauce. Comprender y cumplir esta premisa nos libera de estrés, tensión y frustración.
Mi única responsabilidad
Mis asuntos –como bien dice el dicho, son mi única responsabilidad. Sin embargo, una vez definidos, habría que hacer dos columnas, tal como recomendó el filósofo estoico Epicteto, desde el año 70 d.C. En la primera columna escribimos lo que está en nuestras manos resolver y en la otra las que no. Saber la diferencia entre una y otra es el principio de la imperturbabilidad o la ataraxia.
Para este pensador griego, la persona sabia y feliz es aquella que tiene claro: 1. Los asuntos que dependen de ella. 2. Ante lo que dependa de ella ser responsable. 3. De lo que es responsable, acometerlo con dignidad. Y nos invita a mentalmente poner a un lado todo aquello que no depende de nosotros. Lo importante, dice Epicteto, es tener el raciocinio suficiente para hacer la distinción.
Otro obstáculo que el filósofo advierte es que “pesan más las ideas que tienes de las cosas que las cosas que te suceden”. Vaya, controlar la mente; comprender que la idea que tenemos de las cosas es sólo un pensamiento y dicho pensamiento no es nada más que eso y no la realidad. “Esmérate en las cosas que dependen de ti, porque así podrás con ellas”, dicho de otra forma: cuando das el primer paso, el puente aparece. Sólo hay que tener el valor de darlo.
Por último, Epicteto recomienda no preocuparnos por el pasado ni por el futuro, sino vivir siempre en el presente, único periodo sobre el que tenemos algún control. Dejemos los asuntos de otros y los de Dios a un lado. Al no saber cuándo llegará la muerte, lo nuestro, ahora, es vivir. En palabras del filósofo: “Toma hoy una copa de vino y disfruta por ser tú”. Salud.