“No trato de hacerlo perfecto, sino de encontrar algo. En algún punto tuve la audacia de pensar que podía tocar un concierto perfecto y a la mitad me di cuenta de que sí, iba perfecto, pero era aburrido. Podría haberme levantado sin sentir nada. Había separado estar presente del acto de tocar. Ahí decidí que me dedicaría a la expresión humana más que a la perfección humana”.
Desde que lo vi por primera vez en una presentación en el Museo de Antropología, me cautivó. No sólo era la belleza de la música y lo magistral de su interpretación, había algo más, su sonrisa, gozo al tocar el chelo, la alegría o la pasión de espíritu que su cuerpo, brazos y manos transmitían. Te hablo de Yo-Yo Ma.
Si ya lo admiraba, al conocerlo un poco más como persona por medio de una Masterclass que dio en línea, hoy lo admiro más. Estarás de acuerdo, querido lector, querida lectora, que hay maestros, personas, conferencistas, interpretes que no te producen nada al escucharlos. No sabes bien a bien por qué. No es que no les creas, pero sus palabras o interpretación no te llegan o ni te convencen; se trata de algo que no se ve, pero se siente.
En cambio, hay ocasiones en que al ver o escuchar a alguien, pronuncias un “sí” interior desde el momento en que se para en el escenario. Eso sucede con este gran chelista contemporáneo Yo-Yo Ma. Su paz interna, filosofía, coherencia y congruencia en la música y en la vida hacen que sientas cada palabra suya. Sus conceptos no sólo son aplicables a la música, sino a cualquier tipo de actividad. “Lo que es verdad en la música, lo es en todo”, afirma.
La música sin duda es magia. Creo que a todos nos ha hecho sentir y entrar en estados de ánimo determinados, cuando la escuchamos, por ejemplo, en una boda, en un ritual, en el primer baile. La música nos ayuda a ubicarnos en un tiempo, una época, un período de nuestra vida, encontrarnos con una persona y la conexión con ella. A Adrián, mi hermano, quien falleció a los 41 años en un accidente, le fascinaba What a Wonderful World. Cada vez que cualquiera en la familia escucha esa canción, él llega a la mente junto con una sonrisa.
La música nos ha trastocado el alma y el corazón en algún momento, nos ha dado una manera de comprendernos y de comprender el mundo. Recuerdo, por ejemplo, que la música era lo único que sacaba a Cioran, el filósofo del siglo pasado, de su pesimismo y hacía que viera la vida en su valor y belleza. La consideraba la “antiduda”, ya que después de escuchar a Bach no dudaba ni de la vida ni del amor ni de Dios, como tampoco de él mismo.
Yo-Yo Ma afirma que después de 60 años de tocar el chelo sabe que lo más importante de la música es el receptor, es decir, tú y yo, el público. Si la música se compone de energía, ideas, sentimientos y recuerdos –comenta el chelista–, el intérprete se debe preguntar: “¿qué quiero comunicar y cómo haré llegar el mensaje?”. E insiste en que lo sustancial, ante todo y en cualquier actividad, es estar presente emocionalmente. Tener técnica, saber el contenido, no es suficiente; amar el contenido de lo que dices, tocas, expresas o haces provoca que surja la emoción. Entonces, comunicas.
“Si estoy en el escenario, estoy dando una fiesta, y la comida es la música. Todos mis invitados –la audiencia–, quieren tener ¡una gran fiesta! No significa que mi música sea maravillosa, sino que quiero que la pasen bien. Si pasamos un buen rato, ¿qué importa que no sea perfecta? Dedica a la gente tu práctica”, es todo.