La mente puede ser una gran tirana, lo sabemos. La única manera de vivir en paz es comprender sus necesidades básicas y alejarnos de sus reacciones primarias y agresivas que pueden extender sus redes hasta dominar nuestra vida por completo.
Su tiranía es ancestral. Instalada en nuestro "disco duro" desde tiempos remotos ve por la sobrevivencia y se encuentra en el área más primaria del cerebro: la límbica.
El antropólogo Jared Diamond afirma que los problemas comenzaron hace alrededor de 10 mil años, cuando el hombre del Paleolítico dejó de ser cazador y recolector e inició la agricultura. La alimentación cambió por completo y las guerras, los conflictos y las enfermedades se desataron. La necesidad de subsistir y proteger los bienes, las nuevas creencias y la urgencia de seguridad dieron pie a que los seres humanos se volvieran a la par temerosos y aguerridos.
Es así que, cuando nuestra mente entra en modo “tirana”, se conecta con esquemas ancestrales en los que gobierna la ley de la selva, lo que hace que vea peligro en todas partes. Cuando se encuentra en esta modalidad regida por emociones primarias, la prioridad del cerebro límbico es la auto conservación, que reduce las preocupaciones básicamente a cuatro: alimento, combate, temor y sexo.
Con el paso de los milenios, el ser humano desarrolló un “nuevo cerebro”, el neocortex, capaz de sobreponerse a los instintos primarios y apto para el aprendizaje, la creación, la apreciación de la belleza, el arte y lo sutil de la existencia.
La ironía consiste en que en pleno siglo xxi cuando –inmersos en la modernidad y rodeados de tecnología– nos estresamos, retrocedemos eras y nos conectamos con el cerebro límbico, el cual nos ciega, además de destapar la ansiedad, las emociones negativas, la agresión, la tendencia al consumo de alcohol y drogas, y que en consecuencia nos hace retraernos emocionalmente.
Lo preocupante es que si esta respuesta al estrés se vuelve un hábito, secuestra todos nuestros sistemas, en especial afecta al cerebro al restringir el flujo de sangre al lóbulo frontal, con lo que nos vemos impedidos para la toma de buenas decisiones, la apreciación de la belleza, las sutilezas del arte y de la vida; todo lo cual conlleva un deterioro de la salud. Lo peor de esto es que ni siquiera nos damos cuenta, pues nos convencemos de que el mundo es peligroso, con enemigos, fieras, depredadores, virus y bacterias listos para atacarnos en cualquier lado.
La neuroplasticidad del cerebro nos demuestra que éste construye ríos, carreteras de información y neuroconexiones que, entre más se transitan, más se ensanchan y facilitan el paso por la misma ruta, ¿cierto? Es así que cada persona, con los años, crea un mapa propio de la realidad que alimenta sus cinco sentidos y que el cerebro interpreta. Bajo el mismo principio, las carreteras neuronales que dejamos de transitar, desaparecen.
Lo interesante, me parece, es que de acuerdo con el doctor Alberto Villoldo, en su libro Grow a New Body, las rutas neuronales crean profecías de auto realización. Si creemos que el mundo está lleno de ladrones y mentirosos, ¿qué crees?, es precisamente con lo que encontraremos.
¡Pero hay esperanza! Diversos estudios muestran que sí es posible enseñar nuevos trucos a un perro viejo y que el mapa de la mente se puede modificar bastante rápido. Lo único que se requiere es un poco de conciencia para elegir la carretera neuronal a la que nos queremos conectar y frecuentarla una y otra vez mediante la gratitud y el aprecio, para ver el mundo y la vida con nuevos ojos.