“Las cosas no son como las vemos, las vemos como somos”, escribió el filósofo alemán Immanuel Kant. La anécdota que leerás a continuación es un reflejo irónico y puntual de dicha frase.
“No sé quién será el próximo inquilino del pequeño apartamento en el corazón del barrio latino; no sé si sabrá que en esas tres habitaciones se vivió una tan larga y preciosa historia de amor”, dijo Fernando Savater sobre la pareja formada por Emil Cioran, controvertido filósofo francés de origen rumano, y su compañera de vida Simone Bouè.
Cabe decir que Cioran padeció insomnio la mayor parte de su vida, por lo que por las noches salía en busca de sus amigos de la calle, los pordioseros, de quienes, a su decir, aprendió el valor del amor, de la soledad, de la compañía, del sufrimiento y, sobre todo, el valor de la risa. Al mismo tiempo que despreciaba a quienes ostentaban sabiduría académica.
“He tardado en aprender que hablar sinceramente de ciertos temas demasiado serios implica el tono humorístico, como único modo de evitar la solemne ridiculez”, escribió Cioran, para quien el sentido del humor era primordial para sobrevivir en un mundo pesimista y amenazante.
Pues aquí la historia:
Cioran falleció a los 84 años, el 20 de junio de 1995. Dos años después, lo hizo Simone Bouè. La herencia de la pareja quedó a nombre del hermano de Simone, Henri Bouè.
El hermano, emocionado por el testamento, se reunió en el número 21 de la rue de l'Odeón en el pequeñísimo apartamento en que habitaba la pareja, con un alto funcionario del Ministerio de Cultura francés, el editor de los libros de E. M. Cioran, el director y amigo de la biblioteca que frecuentaba –a quien legó unos papeles– y con un notario.
La pequeña buhardilla constaba de escasos 50 metros cuadrados. Y el inventario consistía en una lámpara, una silla, una mesa, unos cuantos libros apilados y algunos utensilios de cocina. Total del avalúo: 7,600 euros. Ese fue el monto de la herencia.
Los albaceas, arguyendo que no tenían la llave, descartaron bajar a la cava para evitar ensuciarse al asumir que no habría nada de interés. Entonces, contrataron a una señora del mercado de pulgas de Montreuil, conocida como “La Botellera”, para desmantelar, limpiar el departamento y dejarlo listo para el siguiente inquilino. La mujer, al llegar al departamento abandonado, encontró unos cuantos papeles en el suelo que le dieron a entender que ahí había vivido un escritor. Con olfato oportunista bajó a la cava y comenzó a juntar cajas, papeles, 18 cuadernos manuscritos, un busto del autor, un jarroncito de porcelana con una inscripción que decía “Simone y Cioran” que guardó durante diez años.
En 2005 en París, los cuadernos inéditos de Cioran, escritos entre 1972 y 1980, salieron a subasta por 80,000 euros. Hoy se consideran lo mejor de su obra. “¿De dónde salió esto!”, se preguntó el ministro de Cultura alarmado. Furiosos, los burócratas llegaron a detener la subasta y llevar el caso ante un juez.
“Lo siento, pero ustedes salieron del departamento pensando que lo que quedaba era sólo basura. Ahora todo le pertenece a la señora que realizó la limpieza”, dictaminó el magistrado. Y “La Botellera”, sabedora de su tesoro, comentó con una sonrisa: “Exijo dos millones de euros por ellos”.
Cioran, con su sentido del humor, hubiera estado fascinado con el desenlace y reído a carcajadas en su tumba. Kant tenía razón: no vemos las cosas como son, las vemos como somos.