Durante casi todos los sábados de mi niñez, entre los seis y los ocho años de edad, mis papás nos llevaban a tu servidora y a mis hermanos a las funciones matutinas del Teatro del Bosque, en el Bosque de Chapultepec.
En algunas de las representaciones me impresionaba que, en el bosque encantado del escenario, los árboles tenían vida, caras y voz e incluso, algunos de ellos caminaban.
Quizá es por eso al ver el título del libro –mismo que encabeza esta columna, escrito por el investigador alemán Peter Wohlleben, me atrajo tanto. El libro es fascinante, además, de que me declaro una enamorada perdida de los árboles; atractivo que he adquirido y ha ido en aumento conforme la conciencia –o la edad, aumentan.
Pues en el libro, Wohlleben nos invita a entrar a un mundo en el que, aquella vida representada en la fantasía de los teatros, está muy cercana a la realidad. Los bosques esconden maravillas que hoy, apenas comenzamos a descubrir.
Los árboles son muy sociales, se comunican a través de señales visuales, olfativas, auditivas y señales eléctricas, experimentan dolor, tienen memoria, tienen reglas, crean alianzas, protegen a sus retoños, tienen un protocolo, toman decisiones, tienen carácter y se necesitan unos a otros.
Su presencia en el planeta es antiquísima, mucho más que la de los seres humanos ya que, según los paleontólogos, los primeros árboles aparecieron en la tierra hace alrededor de 400 millones de años, por lo que podrían ser nuestros hermanos mayores.
Una de las razones por la cual con frecuencia no los comprendemos, es que ellos tienen un sentido del tiempo completamente diferente al nuestro. Por ejemplo, uno de los árboles más antiguos que existen en el planeta, es un pino que se encuentra en Suecia y tiene 9,500 años de edad. Esto representa unas 115 veces más de años que el promedio de edad de un ser humano. Y a diferencia de nosotros, no tienen prisa para llevar a cabo cualquiera de sus funciones.
A continuación, te comparto algunos datos que me parecieron interesantes:
1.- Los árboles conocen la amistad. Los árboles de la misma especie, aunque en la superficie se ven separados por completo, son interdependientes; se conectan entre ellos a través de su sistema de raíces, mismas que reconocen y diferencian de sus pares y las de otras especies. Ellos se apoyan, intercambian alimento con sus vecinos en tiempos de enfermedad, de debilidad o de escasez, de manera muy parecida a las colonias de hormigas.
Como en los humanos, los árboles tienen sus amigos más queridos también.
Observa como en el bosque hay una competencia en general entre las copas de los árboles, por el espacio de sus ramas. El árbol promedio, las extenderá tanto como las ramas de su vecino a la misma altura, lo permita. Sin embargo, al sentir que el espacio para tomar sol ya está tomado, reforzará el grosor de sus ramas, lo que da la impresión de que entre ellos juegan el juego de “vencidas”.
Sin embargo, me parece increíble que, si el vecino es un buen amigo, los dos tendrán el cuidado de no crecer en demasía el ancho de sus ramas para no invadir el espacio del otro. Sólo reforzarán aquellas que crecen en otra dirección, es decir hacia la de sus “no tan amigos”. Incluso, hay árboles tan conectados entre sí por sus raíces, que incluso llegan a morir juntos.
2.- Los árboles se comunican a través de aromas. Hace cuarenta años en la sabana de África, los científicos descubrieron que las hojas de las acacias al ser mordidas por jirafas, comenzaban a secretar substancias tóxicas para deshacerse de sus depredadoras. Cuando las jirafas notaban dicho cambio, se movían a otro lado. Pero lo curioso es que no se acercaban al árbol vecino, si no que se dirigían a las acacias que se encontraran a unos cien metros de distancia.
La razón de su sorprendente conducta, cuenta Wohlleben, es que las acacias que estaban siendo mordidas, expedían un gas (etileno) que les avisaba del peligro a los vecinos de su misma especie. Por lo tanto, de inmediato los árboles enterados del mensaje, secretaban para protegerse las mismas toxinas en sus hojas. Entonces las jirafas aprendieron a buscar las acacias indefensas más lejos o que se encontraran en dirección opuesta del viento.
En los árboles de nuestros bosques sucede algo similar. Ellos sienten dolor cuando un insecto, oruga o animal, muerde sus hojas. Si bien la reacción no es inmediata como lo es en los humanos, el tejido de la hoja alrededor de la mordida manda señales eléctricas, para defenderse y secretar componentes aromáticos específicos. Lo mismo sucede con las raíces que pone en aviso al árbol cuando siente que un insecto enemigo y secreta feromonas para atraer a insectos que lo ayuden.
No demos por un hecho la presencia de los árboles. Te invito a verlos de manera diferente al abrirte a la idea de que son elementos vivos, cuya vida secreta, apenas comenzamos a comprender.