Te invito a observar los rostros de las personas en la calle y de paso, si te encuentras con algún espejo o escaparate, a observar el tuyo. ¿Qué ves? Por lo general, vamos ensimismados, presos en nuestra historia, a la que damos vueltas en la mente como ratones que corren dentro de una rueda, ¿cierto?
No hay peor prisión que la de nuestros pensamientos. Estamos tan inmersos en ellos que, con el tiempo, crean una especie de capa densa y gris que incluso llega a materializarse y nos impide ver todo lo que sí tenemos.
Lo más irónico es que esa capa densa con frecuencia es una producción propia. Es resultado de tener un vigía mental que no se separa un segundo de la puerta. Ya no distinguimos entre el conflicto generado por los otros y el que genera nuestra propia mente.
La única salida, la puerta hacia la libertad, es emprender un viaje con dirección al corazón. Ese lugar que creemos conocer y que reducimos a algunas ideas, pero que, sin embargo, desconocemos por completo; cuyo territorio es infinitamente basto, abierto y misterioso.
¿Qué nos impide conectar con ese espacio de silencio que ya es perfecto y que está a la espera de nuestra visita? La espera.
El cuarto de espera
¿Alguna vez te has encontrado en él? ¿Esperas que la vida te de felicidad, que alguien te ame, que aparezca la luz verde, la señal o que las cosas mejoren? Seamos honestos, ¿en realidad esperas a tener el valor, a tener cero riesgos o a que te den una garantía?
Sí, hay ocasiones en que esperar es sabio, sin embargo, casi siempre la espera no es más que un pretexto para perder el tiempo. ¿Temor a comprometerse, miedo a creer en las propias capacidades, a aceptar y pasar por encima de todas las dudas que aparecen?
En realidad, no hay por qué esperar. En el corazón radica lo que ya sabes que tienes que hacer, lo que es tu camino, tu felicidad, el amor y el éxito. Sólo es cuestión de confiar, confiar y dar el paso. Es como tener una cuenta millonaria en el banco ¡y no usarla!
Las señales de que te encuentras en ese cuarto de espera son: sensación de escasez, de no fluir y estar estancado, de postergar todo, de vacío, poca energía y cero motivaciones.
Qué curiosos somos los seres humanos, tenemos cero paciencia para esperar –lo que sea: que se descarguen los documentos de la red, que nos sirvan en un restaurante o que nos contesten en un banco–, sin embargo, ponemos en espera ¡nuestra propia vida!
Cuando quedamos a la espera, todo a nuestro alrededor sufre, empezando por nuestras relaciones, ¿cuántas veces los conflictos se alargan porque las dos personas esperan a que la otra ceda y tome la iniciativa?, y ni hablar de nuestra autoestima y nuestro trabajo; incluso envejecemos más rápido, a la espera del momento adecuado para salir de deudas o terminar con los pendientes. Decimos que hay que esperar a terminar el año o a que los hijos se vayan de casa para entonces sí disfrutar de la vida.
Una frase de Un curso de milagros que siempre me ha impactado y que puede ser la salida de este cuarto de espera es:
“Aquello que falta en una relación es lo que tú no has dado”.
Mientras no salgas, te tomes de la camisa y te saques de ese cuarto de espera, no podrás darte cuenta de lo que sí es posible y de lo que ya te aguarda.
Para recibir de los otros, de las circunstancias o de la vida, sólo hay que querer querer –como decía mi padre– y actuar. Para encontrar el valor conecta con tu corazón. Es desde ese lugar y con voluntad que la alquimia comienza y el Universo se confabula para que todo se dé.