Hay personas que nos impactan. Esto me sucedió cuando conocí a Sara: una señora delgada, ágil de mente, alegre, con gran sentido del humor y discretamente arreglada. En mi interior calculé que tendría máximo 70 años, aunque a lo largo de la plática las cuentas no me cuadraban.
Al conversar con ella, me enteré que toma varias clases –entre ellas una de mandolina–, viaja con frecuencia, tiene un negocio de decoración de interiores, lleva sesenta años casada y enamorada de su esposo –quien tiene noventa años–, es una ávida lectora y nunca toma pastillas porque goza de plena salud y movilidad.
—Sara, perdón que te haga esta pregunta, pero ¿cuántos años tienes? —La interrumpí.
—Ochenta y siete —me contestó tranquila.
—¿Queeé! No lo podía creer. La señora que tenía frente a mí era más joven de espíritu, energía y actitud que muchas de mis contemporáneas y que mujeres incluso más jóvenes.
Intrigada, le pregunté sin disimulo:
—Por favor, dime qué haces, cuál es tu secreto.
—Mira, te lo voy a decir, pero aunque muchos me preguntan, nadie lo hace: pongo a macerar una cabeza de ajo completa dentro de un vaso de tequila durante quince días. Todos los días, en ayunas, exprimo el jugo de dos limones y le agrego veinte gotitas del líquido macerado. Me lo tomo a diario desde hace no sé cuántos años. Para mi sorpresa, cuando le pregunté si hacía ejercicio me respondió que “no”.
Si bien guardé en la mente la receta para incorporar dicha costumbre a mi vida, sabía que el bienestar que ella emanaba a nivel físico, emocional y espiritual tenía que venir de algo distinto a un brebaje. ¿Pero qué era?
Dicen que el buen ejemplo es el mejor sermón; a lo largo de la plática me fui enterando de que Sara, lejos de haber tenido una vida perfecta –como aparentaba–, es una enamorada de la vida, de su marido, de sus hijos y nietos. Siempre ha sido una mujer inquieta en el sentido de indagar, viajar, aprender y leer; y si bien es una persona serena, todo le interesa y todo le entusiasma.
Al término de la comida salí contagiada y convencida de que la razón de su juventud es una, tan sencilla como difícil: actitud. Sara no ha comprado la teoría preconcebida por la sociedad sobre el deterioro que conlleva la edad. Para ella, el número de años es sólo eso: un número; su cerebro y su cuerpo así lo han reflejado; vive el momento, lo goza y nada más.
La actitud la creas tú mismo sin importar lo que la vida te mande. Ése es el reto. De hecho, como comprobé, la actitud es más importante que la comida y el ejercicio.
Una buena actitud te rodea de gente que querrá aprender de ti y te retroalimentará, para lograr un círculo virtuoso de relaciones.
Así, podría concluir que el primer paso para llegar a los 87 años con la calidad de vida de Sara, es vigilar los pensamientos cual halcón a su presa. Podemos cultivar el bien mental y traducirlo en salud, buenas relaciones y paz.
Por otro lado, también pienso en el ejemplo opuesto: la persona pesimista –estoy segura, todos conocemos a una–, que siempre atrae todo tipo de infortunios y cuya vida es un pantano, del que todos huimos. La negatividad sin duda destruye por todos los flancos, no hay manera de escapar a ella.
El segundo paso, es seguir tu pasión, aún si se trata de tomar una clase de mandolina a los 87 años, ¿por qué no?