Los nervios aceleraron mi ritmo cardiaco. A pesar de haber dado conferencias por muchos años, el reto en esa ocasión era diferente: se trataba de un examen ante un jurado calificador y era en inglés.
Al término del examen, cada uno de los ocho jueces externa su opinión sobre los puntos buenos y las “áreas de oportunidad” que tienes como expositor. El material relativamente nuevo y la dificultad para encontrar ciertas palabras sin romper el ritmo de la plática, hicieron que la velocidad de mis palabras aumentara cual coche de carreras –lo que me sucede cuando estoy nerviosa.
Una vez que los jueces te retroalimentan con tus cualidades, llega el momento de recibir las fallas. Gulp, sometes al ego y le dices que se aguante y escuche de la manera más abierta, humilde y estoica posible.
Lo que aprendí esa tarde de mí y del arte de comunicar, me hicieron tener revelaciones que nunca antes había tenido a pesar de que me jacto de tener mucha experiencia.
No cabe duda de que siempre somos maestros y alumnos a la vez; es por eso que quiero compartirte algo de lo aprendido, querido lector, lectora, para ahorrarte obstáculos en uno de los trances que los seres humanos más tememos: hablar en público.
Me encontraba en el HeartMath Institute Research Center en California para certificarme como capacitadora.
Durante varias semanas estuve en comunicación a través de llamadas con un coach quien me cuestionaba sobre el material que me había enviado, así que los cinco días en las instalaciones del laboratorio eran para exponer ante un grupo todo lo que había aprendido, así como para aclarar dudas.
Todos los presentes tenían currículos impresionantes y muy respetables. El primero de los jueces me dijo: “Gaby, cuando te aceleras ya no entendemos lo que nos quieres decir”. A lo que sus colegas asintieron con la cabeza. Sin embargo, el coach intervino para decir: “No, no es la velocidad lo que nos hace perder el hilo de lo que dice, lo que percibimos es su falta de un ritmo coherente y eso afecta nuestro propio entendimiento”.
Imagina, querido lector, que dibujas unas rayas con picos que suben y bajan de manera desordenada y acelerada; así es el ritmo cardiaco cuando es incoherente, es decir: estresado. Ahora, imagina que dibujas unas curvas parejitas que suben y bajan como si fuera una ola del mar.
Si fuera tu ritmo cardiaco, diríamos que tienes un estado coherente. Además de que se ve más bonito, gastaste menos tinta, ¿cierto? Eso también sucede con nuestra energía.
Cuando estás en tu centro, tranquilo y en control de ti mismo, esa coherencia que tu corazón emana, es percibida por todo tu auditorio.
Por eso cuando vemos a un expositor nervioso, nos ponemos nerviosos, y ya no escuchamos lo que nos dice. En cambio, si está tranquilo y en su centro, aunque hable de manera acelerada, captamos perfectamente lo que dice.
¡Uf! Primera revelación que para mí fue como una epifanía. Ahora entiendo la frase de Un Curso de Milagros que dice: “La gente te escucha desde el nivel en el que le hablas”.
Si hablas desde el corazón, ahí lo recibirá y recordará tu plática o la esencia de ella. En cambio, cuando hablas desde la cabeza, desde el ego, desde la intención de quedar bien, desde la memorización del material sin llegar a sentirlo, al término de tu plática las personas habrán olvidado por completo lo que dijiste.
Conclusión: habla desde el corazón. Nuestros latidos son más que pulsaciones mecánicas de una bomba, son un lenguaje inteligente que tiene influencia en cómo percibimos y reaccionamos ante el mundo.