Una de las cosas que más afecta nuestro estado natural es la música. Los estudiosos de la neuromusicología, una nueva ciencia –al menos para mí–, analizan cómo la música actúa en nuestra mente.
¿Alguna vez has sentido que tu pecho vibra con los tonos del bajo, se te ha erizado la piel con las notas altas o te has entregado al baile y el movimiento sin que te preocupe el qué dirán? Tony Andrews es el creador de lo que llama el “momento audio”, que consiste en un instante de absorción total mediante el sonido.
“Ése es el punto –explica Andrews para el libro Stealing Fire–, cuando te envuelves por completo en la música, cuando de repente te das cuenta de que el sonido te ha transportado a otro lugar y te conectas más contigo mismo.”
Lograr estados de conciencia mediante la música
La intención de transportarnos a otros estados de conciencia por medio de la música ha existido desde siempre.
La Universidad de París descubrió que la colección más grande de pinturas neolíticas se encuentra a un kilómetro de profundidad. ¿La razón? La acústica. Quienes las pintaron utilizaban la reverberación de las cuevas para expandir mágicamente el sonido de sus voces y cantos. Lo mismo podríamos decir de las iglesias o catedrales que desde los griegos, pasando por la Edad Media, fueron construidas para funcionar como subwoofers gigantes (especie de altavoces para reproducir frecuencias graves muy bajas) para los tubos de los órganos. ¿La intención? Elevar el estado de conciencia de la concurrencia.
“En todas las sociedades –explica el neurólogo Oliver Sacks en el periódico Brain–, una de las funciones primarias de la música es crear una comunidad, reunir y unir a las personas.
Uno de los efectos más dramáticos de la música es que induce a estados alterados de conciencia… Trances, cantos y bailes extáticos, movimientos salvajes y llantos, quizá un balanceo rítmico, rigidez catatónica o inmovilidad…. es un estado alterado profundo que por lo general se facilita en grupos o comunidades.”
La neuromusicología ha detectado que con la música las ondas del cerebro descienden de beta alta del estado normal despierto, a rangos de alfa y theta, correspondientes con estados meditativos e inductivos de trance. Otro punto interesante es que el nivel de las hormonas de estrés decae, mientras que los químicos del bienestar, dopamina, endorfinas, serotonina y oxitocina repuntan, como lo afirman los autores Steven Kotler y Jamie Wheal.
El poder de la música es tal, que cuando estamos en un concierto masivo nuestras ondas cerebrales se extienden y empatan tanto con las vibraciones de los otros, como con el ritmo de la música. Lo cual conecta a todos de manera muy poderosa.
En una casa, las personas escuchamos diariamente alrededor de cuatro horas y media música en promedio, según la compañía Apple y el fabricante de bocinas Sonos, que hicieron un estudio sobre el profundo poder de la música. Para monitorear qué hace la gente mientras escucha música, equiparon 30 casas con bocinas Sonos, relojes Apple, cámaras Nest y iBeacons –una tecnología inalámbrica que se basa en conectar todo vía bluetooth.
Cuando la música sonaba, la distancia entre los habitantes del hogar disminuía 12 por ciento; las oportunidades de cocinar juntos aumentaban 33 por ciento; de reír juntos, 15 por ciento; de invitar a otros a asistir, 85 por ciento; de decir “te quiero”, 18 por ciento; y, lo más revelador, de tener sexo, 37 por ciento.
Interesante, ¿no? Momentos audio, ¿por qué no procurarlos más en nuestro entorno?