Un día los animales del bosque se dieron cuenta de que ninguno de ellos era el animal perfecto: los pájaros volaban muy bien, pero no nadaban ni escarbaban. La liebre era una estupenda corredora, pero no volaba ni sabía nadar. Y así analizaron a todos. Decidieron por lo tanto, crear una escuela para mejorar el reino animal y enseñarse mutuamente sus habilidades.
En la primera clase de carrera, el conejo corrió de maravilla y se ganó el aplauso de todos. En la clase de vuelo subieron al conejo a la rama de un árbol y le dijeron “¡Vuela conejo!”. El animal saltó y se estrelló contra el suelo; con tan mala suerte que se rompió dos de sus patas y fracasó en el examen final de todo su curso.
El pájaro fue fantástico volando, sin embargo le pidieron que excavara como topo. Al hacerlo se lastimó las alas y el pico, por lo que ya no pudo seguir volando. Con esto, tampoco aprobó el curso.
Esta fábula de Leo Buscaglia que descubrí en su libro Vivir, amar y aprender que me gustó mucho. Si sólo aplicáramos en nosotros esta teoría…
La moraleja es que un pez debe ser pez, un magnífico pez, pero no tiene por qué ser pájaro, ni sentirse menos por qué no puede volar como él. Asunto con el que los humanos, seguimos batallando. Resulta que la vida sólo es un espejo de nosotros mismos, por lo que en esta ecuación, lo más importante, es lo que yo pienso acerca de mi.
Esta verdad fue demostrada en un experimento que se realizó en una universidad en Estados Unidos. Sesenta estudiantes que por primera vez se veían, fueron divididos en parejas para que, durante cinco minutos, platicaran entre sí. Después los separaron para decirles a algunos que la impresión que causaron en el otro había sido excelente, mientras que a otros les dijeron (sin ser cierto) lo contrario. Posteriormente los juntaron de nuevo con su pareja para que discutieran algo y observar el comportamiento de cada uno.
Las señales no verbales que enviaron los que se sentían rechazados, eran de poco contacto visual, mayor distancia, recargados hacia atrás, y tensos. Lo interesante es que muchas de sus parejas sin saber nada, espejearon o imitaron estas conductas y con esto se formó un círculo “trágico”. Por el contrario los que se sabían aceptados enviaron señales cálidas y empáticas, creando un círculo mágico con el otro.
Los investigadores descubrieron también que las personas con alta autoestima eran menos vulnerables a esta información manipulada. A pesar de saberse rechazados, continuaron enviando mensajes silenciosos de amistad y calidez. Entre más te aceptas, menos juzgas y más feliz eres.
Muchos pasamos por etapas o épocas de falta de aceptación. En ellas, decirnos frases como: “No soy nadie”, “No puedo hacerlo”, “Todo me rebasa” o compararnos con el otro, es rutina. Siempre va a haber ese alguien que haga una o muchas cosas mejor. Así es la vida. Lo importante es compararnos y competir con nosotros mismos. Es decir, no estar conformes con como somos, sino con quienes somos.
Si queremos la aceptación y el cariño de los demás, necesitamos enamorarnos de quienes somos. Esto significa sacar nuestro mejor yo, ser lo mejor de nosotros mismos. Esto no significa caer en un amor narcisista, sino tener hacia nuestra persona el mismo respeto, aceptación y tolerancia que sentimos por alguien que admiramos mucho.
Iniciemos en nosotros y en los demás, ese círculo mágico recordando a Oscar Wilde, quien afirmara aquello de “Amarse a uno mismo es el comienzo de un eterno romance”.