Hay situaciones en las que cobra sentido aquello de sentir “pena ajena”. Nunca olvidaré la noche en la que se inauguró un hotel en Los Cabos. Hace algunos años, el entonces presidente de la República cortaría el listón. Los directores de las principales cadenas hoteleras del país y de Estados Unidos se encontraban en el lugar, junto a cerca de 500 invitados que presenciábamos el evento.
En el momento de dar las palabras de bienvenida, el director del hotel, de pie frente a un micrófono, tomó la hoja del discurso entre sus manos, la cual comenzó a temblar al ritmo de sus nervios, primero de manera suave, pero al último como si le estuvieran dando convulsiones. ¡Qué pena! Yo creo que el señor nunca había pasado un momento tan desagradable. Todos sufrimos.
¿Cómo evitar que nos suceda lo anterior?
1º. El estrés es una reacción interna a una situación externa, por eso lo podemos controlar. Antes de tomar el escenario es importante permanecer a solas un rato para respirar varias veces de manera honda, profunda, rítmica y lenta. Éste es un método muy antiguo y muy eficaz para calmar, crear una pausa interna y estabilizar las emociones.
2º. Antes de comenzar ten claro cuál es tu intención, el propósito que tienes al dar la plática. ¿Qué mensaje quieres comunicar? ¿Con qué quieres que la gente se vaya?
3º. Prepara tu material, hazlo tuyo. Apasiónate a tal grado que al hablar contagies tu entusiasmo, tu pasión o tu interés por el tema. Decía Nietzsche, que ningún maestro le pudo enseñar algo que él no supiera, con excepción de uno y no por la materia en sí, sino por el entusiasmo con el que la exponía.
4º. Viste con algo que te haga sentir cómodo seguro y profesional. A menos de que el expositor sea un genio, es difícil acallar las voces internas cuando vemos que alguien no muestra respeto en su vestir.
5º. Cuando ayudas te ayudas. Si estás nervioso, no pienses en ti, piensa en que vas a ayudar a tu público con lo que vas a decir. Y no juegues al actor que actúa no estar nervioso. La verdad es que no engañamos a nadie; más vale decir abiertamente “me siento nervioso”, los nervios son algo que la gente entiende, y te agradecerá la sinceridad, por lo que buscará apoyarte.
6º. Párate derecho, percibe cómo te plantas en el escenario. Respira hondo y profundo y ve al público de frente unos segundos antes de empezar a hablar. Procura hacer todos tus movimientos más lentos que de costumbre, por ejemplo cuando vas a sacar tus lentes o a abrir un folder; esto da la idea de control y a ti te tranquiliza. Por supuesto, nunca lleves una hoja suelta.
7º. Las palabras son sólo códigos. Tu voz encarna y refleja tu trabajo interno y preparación. Así como el cuerpo ama la homeostasis, el corazón ama la serenidad que una persona emana al hablar. Se contagia.
8º. Habla con la gente no a la gente. Es toda la diferencia. Se necesita exponerse y ser vulnerable para conectar con el público. Habla del corazón.
9º. Imagina que tu plática es como una columna vertebral. Cada vértebra es un tema, que tiene que unirse con el que sigue. Entre vértebra y vértebra hay un relleno que le da movilidad. Ese relleno puede ser un ejemplo, una historia, una dinámica, una pregunta que le haces a la gente –que por cierto, cuando responde, te quita presión y te da tiempo para recuperarte.
10º. Finalmente, hablamos aunque no hablemos. Así que lo que más captamos de un orador –más allá de sus palabras–, son sus valores fundamentales, que pueden o no hacer resonancia con los nuestros. Ese factor es fundamental para creer o no en lo que dice.