Dentro de la mente viven voces que pueden ser tan contagiosas, malignas y amenazantes como el covid-19.
Si bien la mente es un instrumento maravilloso que la vida nos ha dado, de manera constante tenemos visitas no deseadas cuyos susurros son persistentes, tercos y tienen la capacidad de llevarnos a la infelicidad total, en especial en tiempos difíciles como los que vivimos ahora.
Algunas de esas voces provienen de entes energéticos que nos habitan como parásitos y que pueden matar al cuerpo: nuestros pensamientos. Cada pensamiento es energía, ¿cierto? Unos tienen una vida muy corta y pasajera, mientras otros –los no deseados– se instalan en nuestra materia gris y la secuestran durante años y años. Toman la forma de rencores, historias añejas y resentimientos. Como son muy listos, cambian de aspecto una y otra vez con tal de permanecer cómodamente en nuestro interior durante años, incluso una vida entera.
Para perdurar, esos entes recurren a triquiñuelas que nos aprisionan. Les fascina hacerse presentes a las 3:00 am, disfrazados de temor al “¿y, qué tal si...?”, como anticipación catastrófica, culpa, preocupación y demás. ¿Qué buscan? Nuestra atención, ¡y vaya que la logran!
Mas existen otros entes con voces poderosas, virus mentales que llegan del exterior, de la propaganda, de las redes sociales, de los medios de comunicación, de los chats, de las sobremesas; los cuales sin darnos cuenta, tal como el virus mencionado, proliferan, contagian nuestra mente y se apoderan primero del individuo y después del colectivo. Si bien no los reconocemos todavía como enfermedades mentales, pueden llevar la paranoia a un punto en el que nadie logra cuestionarlos y ¿cuestionarnos?
Pensemos en las personas extremistas, radicales, fundamentalistas, dueñas de la verdad absoluta o en las creencias religiosas, ideologías o los discursos políticos que pueden instara la gente a participar en guerras que terminan por destruirlo todo. Así de peligrosos son los virus mentales.
La vacuna
Nadie encuentra la solución a un problema mediante la preocupación. Esa es la actividad que la mente lleva a cabo para hacernos sentir que estamos ocupados en encontrar una solución, pero en realidad es tiempo perdido.
Existe si, una manera de hacernos inmunes a una infección mental y se llama "conciencia". Lo importante es darnos cuenta de que no somos las voces, somos algo más profundo. Somos la conciencia que reconoce las voces como algo pasajero. Para liberarnos de ellas, tenemos el poder de quitarles el alimento que les da vida: nuestra atención. Llevar la mente a enfocarse en la respiración, en la energía sutil cuya corriente podemos percibir en nuestras manos, brazos, piernas y que llamamos vida. Es mucho más placentero anclarnos en ella que permanecer en la cárcel de la mente. Hay que tomar en cuenta que cuando las apartamos, las voces querrán regresar a tomar su lugar después de unos minutos. El reto es no pelearnos con ellas, simplemente dejarlas pasar como si observáramos un desfile.
Cuando se trata de aclarar algún tema de la vida diaria y del hacer, la mente enfocada es muy eficiente. Sin embargo, cuando se trata de encontrar respuesta a nuestra misión o propósito en la vida, hay que atreverse a ir a la dimensión del “no sé”. Un área que, por desconocida, atemoriza y es la dimensión del ser. ¿Cómo hacerlo? Mediante el silencio, el contacto con la naturaleza y la presencia. Por ejemplo, podemos alejarnos de las pantallas como un acto consciente, para encontrar no sólo las respuestas, sino el gozo, el bienestar y la salud que nos puede dar la inmunidad de la conciencia.