Christiaan Huygens, un gran físico holandés del siglo xvii, inventó el reloj de péndulo. Como se sentía muy orgulloso de sus diseños tenía en su casa una vasta colección de ellos. Un día, mientras estaba acostado en su cama, algo llamó su atención: todos los péndulos oscilaban al mismo tiempo y de la misma manera, aunque no los había iniciado así.
La ley de la resonancia es una ley física
Intrigado se levantó de la cama y modificó los movimientos de los péndulos para que tuvieran diferentes ritmos. Asombrosamente, pronto volvieron a sincronizarse. Se rascó la cabeza y repitió varias veces la operación, sólo para darse cuenta de que los péndulos inevitablemente adquirían sincronía.
Aunque Huygens no pudo resolver por completo el misterio en ese momento, más tarde otros científicos lo hicieron. Resulta que el péndulo mayor, es decir, el que oscilaba con mayor intensidad, arrastraba a los otros osciladores de menor potencia para sincronizarse. Se debía a una ley física que se conoce como la ley de resonancia.
Otro ejemplo histórico de dicha ley fue el del puente colgante sobre el río Maine, en Angers, Francia, que se hundió en 1850, mientras un regimiento lo cruzaba con paso de marcha. ¿La razón? La frecuencia vibratoria de los pasos de los soldados entró en resonancia con la frecuencia propia de las oscilaciones del tablero del puente, lo que potenció el movimiento ondulatorio hasta el punto de ocasionar su destrucción y causar la muerte de 260 soldados.
Conclusión: el elemento que oscila con mayor intensidad arrastra a los osciladores de menor potencia. ¿Y esto cómo nos afecta en nuestra vida? Lo interesante es que este fenómeno se da tanto en lo físico como en lo biológico. El corazón es un potente oscilador biológico que genera un campo electromagnético que interactúa con los campos electromagnéticos de otros. La persona que tenga la energía más fuerte arrastrará a los demás, para contagiarles su buena o su mala “vibra”.
Seguramente has experimentado un momento en el que te sientes tan a gusto y encuentras la ocasión a tal grado placentera que te adhieres a la silla, con el deseo de que ese instante se prolongue para que el encanto no se rompa; quizás en una sobremesa con la familia, o bien, en una reunión de amigos o compañeros de trabajo.
Energéticamente todos nos sincronizamos como relojes de péndulo. Esa sensación la traducimos como “qué a gusto estuvimos”, o bien, sucede y sentimos todo lo contrario.
Por otro lado, hay ambientes de trabajo que se perciben como malos, incómodos o desagradables y no sabemos apuntar la razón exacta. Pero puede ser tan sencilla como que el descontento de uno se haya contagiado a los demás; y esto sucede en dos niveles. En el primero, verbalmente se esparce el descontento, lo que contamina el entorno; y, en el segundo, como la persona recrea mentalmente una y otra vez su descontento, lo transmite energética e inconscientemente. Es decir, su resonancia arrastra la resonancia de otros. Y tiene el poder de amplificarse conforme la onda oscilatoria gana terreno.
Si lo pensamos como jefes o jefas de familia, comprenderemos la importancia de generar un clima de armonía en la casa, en la mesa o en los viajes. Nosotros, como adultos y como elementos que oscilamos con la mayor intensidad, arrastramos no sólo a los menores que nos siguen, sino que nuestra energía permanece, para finalmente generar un ambiente de buena convivencia y un recuerdo que quedará tatuado en su memoria para siempre.